martes, 12 de enero de 2016

LA COLMENA


Vivo en un bloque de vecinas. Enorme, dicen por ahí que somos cerca de 40.000, pero claro ¡¡sin un censo serio!! Aunque me hablo con todas, no soy capaz de recordar sus nombres.

 Mi casa está en el centro del mundo. Más allá de lo lejos a lo que puedo volar no hay nada.

Cada mañana, cuando sale el sol, desde el portal de mi casa veo un matorral, me gusta porque con él estamos resguardadas. 

Despunta el día y los primeros rayos desperezan a mis vecinas. Todas son mis hermanas, todas tenemos un verdadero interés en que las demás sean felices.

Cuando el sol toca mi portal, el calor entra por las rendijas y comenzamos con las reuniones de los grupos. Unas planifican ir hasta el camino que hay tras los arbustos, otras tiran en dirección al río, salimos en todas direcciones, no hay camino malo. Las más jóvenes se quedan en la vivienda con trabajos de mantenimiento cuidado y vigilancia.

Al poco estamos en el aire. Salimos a un mundo nuevo lleno de peligros, pero con miles de flores. ¡Mal trabajo el nuestro ir de flor en flor! Esta sí, esta no, esta mi niña me la como yo.
Cargamos nuestras patitas de polen y nuestro buche se va llenando de néctar de cada una de las flores que visitamos. Hasta que ya no podemos más. 

Cuando casi no somos capaces de remontar el vuelo es hora de volver a casa. Emprendemos el regreso con nuestro objetivo claro. Deshacemos el camino girando a la derecha después del poste de la luz. Luego a la derecha otra vez tras el manzano grande. Luego recto hasta el cartel del cercado. Ahora un ascenso vertiginoso. Recordad que tengo que salvar un matorral. Ahora desde arriba, entre otras muchas, veo la mía. Aunque son todas iguales, en mi barrio hay 15, reconozco perfectamente la mía, y no es por el cartel enorme que hay sobre el portal, la reconozco porque sé que es la mía. Mi colmena.

Aterrizo en la pista delante del portal y las vigilantes de seguridad, lo primero que hacen es reconocerme. Hablamos unos segundos y me permiten entrar. Dejo mi cosecha en la boca de una de mis hermanas, el polen en su sitio, y si no hay novedad vuelvo a salir al campo. Y así una y otra vez mientras el sol me brinde su luz y su calor.

Al final, llega la tarde. El sol deja de abrigarnos y de guiarnos con su luz. Es hora de regresar a casa. Mañana será otro día.

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